Año del 68: la gramática de los sueños


Antonio Muñoz Ortega


Sin embargo, la culpa está ahí; parece ser una cualidad
del conjunto más que de los individuos –es la culpa
colectiva de un sistema y de instituciones que malgastan
y condenan los recursos humanos a su disposición.

Herber Marcuse, Eros y Civilización

D'une certaine manière, il n'est pas faux de dire que les
nomades traitent les populations comme du bétail, et alors !,
vous croyez que c'est pire que les Etats qui les traitent
comme des arbres que l'on émonde régulièrement !

Deleuze. Cours



Comunicar sueños no es fácil. No sólo, porque cuando se habla de ellos, estos ya han pasado. Sino, porque los sueños hablan en una lógica distinta a la de la vigilia. Sin embargo, el problema principal radica en que el significado de los sueños es muy íntimo. Tiene que ver con toda la carga emocional que llevamos dentro. Por eso, es un riesgo hablar del 68 en términos del fin sueño, en términos del duro despertar a la conciencia.
Aún así, es precisamente la contraposición de lógicas, de discursos, de narrativas la que nos lleva a hablar del 68 como el fin de un sueño, que podemos decir, empezó a principios de los 60s y terminó después del 2 de octubre. Porque sigo pensando que el movimiento del 68 y las fuerzas subterráneas que lo impulsaron todavía tienen mucho que decirle al mundo que nos tocó vivir… y, …cambiar.
El movimiento del 68 marca el momento de un despertar que coloca a una generación ante una disyuntiva: aceptar el mundo como estaba o rechazarse a sí misma por pretender un imposible: cambiar la sociedad para que pudiera cumplir con las promesas vinculadas con el bien público.
El dos de octubre de 1968 el poder político mexicano –y buena parte de la sociedad-decidió transformar el sueño de una vanguardia en una pesadilla. A la vanguardia a la que nos referimos es la de los propios estudiantes, buena parte de sus profesores, artistas intelectuales, líderes sociales no alineados en el corporativismo oficial. Cuando decimos que buena parte de la sociedad formó parte de la clausura de los sueños, estamos estableciendo que no sólo fue el gobierno de México con sus tres poderes y el ejército el verdugo de los sueños de liberación del 68. Hubo también una complicidad activa de muchos otros poderes fácticos: la prensa (una de las acusaciones más escuchadas en aquellos días era la de “”prensa vendida”), la dirigencia de los partidos de oposición, las cámaras empresariales, los sindicatos charros, la jerarquía eclesial, etc.
Cuando, un poco después, John Lenon, anunció la disolución de los Beatles con la famosa frase “el sueno ha terminado” estaba dictaminando un estado de ánimo generalizado por la clausura oficial del espíritu del 68 con un decreto surgido de la democracia realmente existente y sus poderes fácticos: prohibido pensar en lo posible, esto es lo que hay.
La política volvería al autoritarismo y la corrupción. La universidad volvería a los métodos y procedimientos de siempre -calladitos todos, porque así son más bonitos. El rock and roll sería una compra de supermercado y no la catarsis de un concierto masivo. Los derechos civiles dejarían de ser una bandera de la resistencia para ser un programa administrado y dosificado por la burocracia en turno. En lugar de pensar en la fraternidad universal había que pensar en el sacrificio por la patria, la sociedad y la familia. El poder seguiría escamoteando los derechos, llevando la guerra de Vietnam a todos lados, a la nula vida de los que no se conforman con su miseria y a sus rebeldes solidarios. En fin, las cosas seguirían marchando igual a “como lo habían hecho desde siempre’’, según las cortas miras de los que mandan.
Este decreto ¿es válido por toda la eternidad?, ¿Implica esto que el mundo ya nunca más volverá a ser joven?, ¿Debemos aceptar sin más la lección del realismo que establece que no hay otra salida que la administración regulada de las energías creadoras?, ¿Significará esto que la única realidad posible es la sumisión a las reglas, dictadas tiránicamente por una realidad contraria a la de los sueños?, digo todo esto porque el 68 fue un sueño, el sueño de cambiar el mundo, cambiar la vida y las reglas establecidas, cambiar el sistema desde las raíces.
No hay que perder de vista esto. Porque la imagen del 68 promovida por el establishment es la del sexo promiscuo, drogas y orgías; de la anarquía total y la ruptura radical con todo el pasado: incluyendo en eso al estado, los padres, la familia, los amigos y las parejas. Esto, aunque los testimonios más confiables nos digan que el sueño del 68 empezó apuntando hacia las distorsiones farisaicas que se hacían de la realidad y las contradicciones de las buenas intenciones proclamadas con la manera en como estas aterrizaban en el mundo concreto y la vida cotidiana.
Por eso, el relato del sueño del 68 debe comenzar con el celebre discurso de Martin Luther King con el que culminaba la gran marcha a Washington el 28 de agosto de 1963. Ese discurso memorable es una genial pieza oratoria; Es el memorado discurso “Tengo un sueño” Cuando lo pronunciaba -el que hasta poco antes había sido un humilde pastor luterano- se elevaba a las cumbres de la gloria. Lo hacia recordando algo muy simple: que la grandeza de un pueblo se mide por su generosidad. En ese discurso King no pedía otra cosa sino que se hiciera efectiva la liberación de los negros proclamada cien años atrás por Abraham Lincoln ante cuyo monumento se concentraba ese mar de gentes, procedente de todos los rincones del país. Con ese discurso Martin Luther King estaba reclamando el cumplimiento de las promesas de liberación postergadas sistemáticamente por la sociedad norteamericana. Así, dice en ese discurso:
- Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
No solamente estaba cobrando un cheque contra el uso sistemático de la violencia para reprimir el movimiento por los derechos civiles, los linchamientos impunes de negros por el Ku Klux Clan, además, estaba exigiendo el cumplimiento de la ley y la realización plena de los derechos políticos publicitados por el sistema americano. El sentido de su discurso era en sus propias palabras: hacer realidad las promesas de democracia.
Cuando los estudiantes del mundo se pusieron en movimiento uno a uno formando un torrente que fue visto como una amenaza para el sistema, no querían suplantar la democracia por otro régimen. En todos lados, lo que pedían –incluso en la socialista Checoeslovaquia- era hacer efectiva la participación democrática en las decisiones concernientes a su vida.
El sentido de su lucha estaba dado por el reclamo de una mayor participación en la vida pública. Eso es lo que nos dice el inicio de este sueño también en los EEUU, a principios de los 60s en la Universidad de Berkeley. En esa época se funda el Free Speech Movement, Movimiento por la Libre Expresión, dirigido a la remoción de las restricciones que impedían a los universitarios ‘contaminar’ el Parnaso Universitario con los males del mundo. Pronto esa apertura sobre lo social y lo político llevó a cuestionar las propias prácticas académicas: el sistema de enseñanza y de acreditación, los exámenes y el olvido en los planes de estudio de problemáticas consideradas ‘embarazosas’ por el sistema educativo y de teorías y enfoques críticos construida para abordarlas.
La otra cosa que pedían era también algo ligado con los derechos fundamentales de la democracia, el derecho de libre expresión y manifestación de las ideas. Para los estudiantes, en todo el mundo la principal demanda era el fin de una práctica política fincada en el autoritarismo, y la no represión de los movimientos estudiantiles, entre ellos la huelga. Los universitarios de todo el mundo querían una universidad libre en una sociedad libre.
Desde principios de los 60s infinidad de universitarios de EEUU habían llevado a cabo movilizaciones para hacer efectivos los derechos civiles transformados en letra muerta por la práctica política tradicional. Su movilización cubría una amplia gama de demandas: fin a la segregación racial en las universidades y promoción del voto negro en la sociedad; fin a la guerra de Vietnam; derogación de los reglamentos absurdos -que prohibían entre otras cosas, las visitas de otro sexo en los dormitorios universitarios: y, así, como sigue.
En México los normalistas y los universitarios se habían movilizado, desde hacía mucho tiempo y en todos los rincones del país, en solidaridad con los movimientos populares que enarbolaban las banderas de la justicia social y la resistencia en contra de los caciquismos todavía persistentes en el campo, en el movimiento obrero organizado y en los programas de modernización en las ciudades.
Muchos de esos movimientos fueron reprimidos con violencia brutal y fatal. Pero la violencia de Tlatelolco hizo manifiesto que el gobierno de México se lleva las palmas de sangre en la práctica de la represión: No sólo por la brutalidad de la violencia y sus trágicos resultados, sino también por la hipocresía en su justificación: la minimización de las cifras: y el ocultamiento sistemático de la verdad.
Según la historia oficial, construida con el apoyo incondicional de la prensa, la trama de la historia estaba dada por dos líneas argumentativas: primero el movimiento estudiantil era presentado como un complot del comunismo internacional para desestabilizar a un gobierno democrático y progresista; luego, se decía con desgarro de vestiduras, que el movimiento estudiantil aprovechando la coyuntura internacional- estaba dirigido a boicotear las olimpiadas.
Pero aún más grave fue el hecho de que oficialmente se difundió la versión de que fueron los estudiantes quienes iniciaron la violencia disparando contra los soldados. Cuando está establecido que el gobierno montó un escenario para abrirle campo a un ejército paralelo, entrenado para disparar, tanto contra los estudiantes, como contra los propios soldados del ejército regular, con la intención de sembrar el caos y provocar y desencadenar mías violencia. La intención de esto era que las víctimas de la represión en la Plaza de las Tres Culturas pudieran ser presentadas como bajas en una batalla contra la nación. Por un acto de magia barata, el gobierno pretende transformar a las víctimas en enemigos de la patria, en extranjeros desterrados con toda razón de su historia y su memoria.
Iniciaba esta intervención diciendo que no es fácil comunicar sueños. Debería terminar preguntándome si es imposible. Porque la comunicación de los sueños a escala social es la de retomar la empresa de la actualización de las promesas incumplidas por el pasado; el poner en evidencia las incongruencias de lo que se vive y lo que es dado esperar.
Para poder responderme esta pregunta -sin restarle posibilidades a la comunicación de esos sueños del 68 que todavía me inspiran- tengo que decir que no me mueve la nostalgia, sino la fe en que estos, siguen vivos.
Sigo viendo en el mundo, la fuerza de los sueños, empujar contra las barreras con las que pretende cerrar su paso. Así, veo otra vez a Paris hecho una fiesta –organizada de vez en cuando- en la que los jóvenes se movilizan contra la clausura de las promesas incumplidas, aunque estén establecidas por su propia constitución y por la declaración de los derechos humanos hecha hace más de doscientos años en esa ciudad. Hoy los jóvenes norteamericanos han hecho avanzar la candidatura de un joven afroamericano por la que el sistema político norteamericano no daba un penny a inicios de la campaña. Hoy un gobierno conservador de derecha se derrumba suplicando -contra todas sus declaraciones ideológicas- la intervención del gobierno en los negocios de Wall Street.
Hoy otra vez aquí, el gobierno habla de una guerra emprendida por ‘malos mexicanos’ y aprovecha su guerra hacer sentir su disposición a usar la fuerza indiscriminadamente, sin haber consultado a la sociedad, pero sobre todo, sin consideración alguna: por lo que establecen las leyes; por la caída de víctimas inocentes; por los cambios que se exigen en la vida de todos. No puedo desprenderme de la imagen que ya se está haciendo común: decenas de jóvenes detenidos en una esquina, en un parque, en las cercanías de una escuela, en sus propias viviendas, en un centro de diversión. Y, conste que no quiero minimizar con esto el aumento geométrico de las ejecuciones en la vía pública. Pero, estoy hablando del decreto de clausura de los sueños.
Como dijo John Lenon ayer “el sueno ha terminado”, hoy otra vez se pretende que hay que irse a casa temprano, y sólo a dormir. Termino con una pregunta y una declaración sesentaiochera: … la pregunta, ¿que les gustaría soñar, hoy? La consigna, “Olvídense de lo que han aprendido, comiencen a soñar”