Víctor Orozco
La marcha de la libertad
El 5 de febrero de 1968, se organizó la Marcha de la Libertad, por los presos políticos, que reunió a unos ochocientos estudiantes de toda la República para caminar desde Dolores Hidalgo hasta Morelia, siguiendo la ruta de la independencia. De la Universidad de Chihuahua asistimos Carlos Pallán, Carlos Sánchez Magaña, Gustavo de la Rosa, Estebané (un muchacho altísimo de Cuauhtémoc, flaco como carrizo) y yo. Caminamos un día completo y al siguiente, cerca de Valle de Santiago, Gto., donde habíamos pasado la noche con un frío de los mil demonios, nos alcanzó una larga fila de autobuses. Hicieron alto y se bajaron cientos de soldados, que nos rodearon y nos fueron empujando hasta formar un círculo. Discutimos largo sobre que hacer: o nos subíamos a los camiones como nos exigían o nos quedábamos en un sentón de protesta indefinido por la violación a nuestros derechos.
Los líderes de la juventud comunista, argumentaron que debíamos evitar un acto de violencia, (allí escuché por primera vez aquello de que "hay que tener el corazón caliente, pero la cabeza fría") y ganaron la reñida votación.
Abordamos los camiones, con custodios militares que nos repartieron por todo el país. "Donde cayó, cayó" decían los choferes. A la delegación de Derecho le tocó la ciudad de México, para nuestro gusto. Allí nos enteramos por la "información" de todos los periódicos, que el ejército había disuelto a una peligrosa columna de comunistas. Estuvimos en el DF hasta que se nos acabó el dinero y luego acudimos con el señor Ignacio Staines, (padre de Guillermo, compañero nuestro) secretario particular de Manuel Bernardo Aguirre, entonces presidente de la Gran Comisión del Congreso. Nos recibió el senador con el amable tono norteño: -"Pues que andan haciendo muchachos. Aquí Don Manuel, en un viaje de estudios. Que bueno que los jóvenes de mi tierra se dediquen a estudiar y no anden en algaradas". (creo que el término lo puso de moda Díaz Ordaz). Enterado que buscábamos como regresar a Chihuahua, ordenó que se nos entregaran sendos boletos para el tren.
Hicimos treinta horas de viaje en aquellas bancas de madera que tenían los vagones de segunda clase. La verdad es que sí estudiamos y aprendimos bastante. Regresamos cantando aquella tonada de los republicanos españoles: "El ejército del Ebro los fascistas combatió. ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!. Los señores de la mina, han comprado una romana, para pesar el dinero, que todita la semana le roban al pobre obrero. ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! ¿Cuándo querrá Dios del cielo, que las tortillas se vuelvan?, ¡que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda! ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!".
La delegación al Distrito Federal
En julio y agosto la Universidad de Chihuahua estaba de vacaciones. Sin embargo, se reunió la que se llamaba junta de presidentes, que agrupaba a los dirigentes de las sociedades de alumnos para discutir la postura que debía tomarse sobre la represión a los estudiantes en la ciudad de México.
En una de las reuniones estuvo presente Ana Ignacia Rodríguez, comisionada del CNH, después conocida como La Nacha. Se acordó nombrar una delegación para recibir información directa. Fue así como llegamos a la UNAM Manuel Siqueiros que era presidente de Contabilidad y yo que lo era de Derecho.
Estuvimos buscando y encontramos alojamiento en la Facultad de Medicina y comida en el bien provisto comedor de Ciencias, donde recuerdo que a toda hora podía uno llenarse de papas con huevo, así que nunca pasamos hambre.
Los de ciencias nos invitaron a la reunión del Consejo Nacional de Huelga y nos fuimos al Poli en un vocho que manejaba alocadamente un activista.
Recuerdo que Gilberto Guevara Niebla quien iba en el asiento de atrás se enojaba y le insistía: "Maestro, esto es cuestión de sistema, no te pases los altos, bájale". En la reunión del CNH tomó la palabra un profesor de rara piocha. "Así que éste es José Revueltas", pensé admirado. En Chihuahua había circulado una copia en mimeógrafo de su "Ensayo de un Proletariado sin Cabeza" y también su libro "México: Una democracia bárbara". Se acordó esa tarde convocar a la manifestación del 27 de agosto. Fue la mayor de todo el movimiento, tengo presente un extra de algún periódico que cabeceó: "Marcharon 200,000". Cuando regresamos a Chihuahua, un amigo me espetó: "Así que tú fuiste de los pendejos que se quedaron en el zócalo al final del mitin". Pues sí, muchos nos fuimos con la finta de exigir el diálogo público en ese momento. Cuando se abrieron las puertas del palacio nacional y salieron las tanquetas atropellando, corrimos despavoridos y ya ni recuerdo cómo llegamos de nuevo hasta el refugio de Medicina y Ciencias en Ciudad Universitaria.
El mural gigante
En la Universidad había varios expertos y expertas en armar murales, que aunque no lo eran, se llamaban periódicos. Cada vez que se realizaba una reunión para protestar contra algo o conmemorar algo, se tomaban los mismos acuerdos: "perifonear", imprimir volantes, "botear" y ...hacer murales. Se habían confeccionado unos magníficos todos los años anteriores a 1968: de apoyo a la guerrilla de Arturo Gámiz, contra la guerra de Vietnam, de apoyo a la Revolución Cubana, por la educación popular, por la constitución de la sociedad Rosa Luxemburgo (¿Te acuerdas de tu discurso, Irma Campos Madrigal?) entre las muchas causas y banderas de la época.
En septiembre de 1968, un malhablado dijo en la reunión del Comité de Huelga algo así como: "...ya estuvo suave de pinches muralitos muy bonitos y muy discutidos, vamos a hacer uno gigante y que cada quien escriba y dibuje lo que le dé su chingada gana". Otro le respondió: ¿Y vamos a tapar todas las ventanas de la escuela, pendejo?". El resultado fue que compramos dos rollos de papel que se extendieron en el largo pasillo de la Escuela de Derecho y un mural de unos setenta metros, de contenido heterogéneo y desigual que tapó todas las ventanas. Todo mundo se puso a dibujar y a escribir.
Estaban los textos y fotografías que pusieron los ilustrados, tomados del movimiento estudiantil francés, "La imaginación al poder, etc.", recuerdo una cita de El 18 Brumario de Carlos Marx, hasta las caricaturas grotescas y las puras mentadas de madre para Díaz Ordaz, para el ejército y para los granaderos.
Cuatro de Octubre.
Los gobernadores de Chihuahua toman posesión el 4 de octubre porque en esa fecha se instaló la primera diputación provincial en 1823. Ese día de 1968 asumió la gubernatura el licenciado Oscar Flores Sánchez en el gigantesco Cine Chihuahua que podía alojar a 3,000 espectadores. En la Plaza Hidalgo, contigua al recinto, los estudiantes teníamos un mitin en el que apesadumbrados, medio o mal informados, denunciábamos la masacre perpetrada por el ejército en Tlatelolco. Muchos campesinos de la CNC que iban al acto oficial nos escuchaban con curiosidad y recibían los volantes impresos en mimeógrafo. En el interior del cine, puestos de pié, los asistentes aplaudían frenéticamente cuando el nuevo gobernador demandaba la solidaridad y el respaldo incondicionales para el Presidente de la República y luego, previsivo, anunciaba que otorgaría la autonomía a la Universidad.
En la plaza, un orador se desgañitaba exigiendo que a Díaz Ordaz se le pusiera en el banquillo de los acusados como responsable de los asesinatos de los estudiantes. Poco después, ante el acoso de la policía, nos tuvimos que refugiar en el Paraninfo de la Universidad, cruzando la calle. Allí, en medio de los murales del duranguense Leandro Carreón, que retratan la historia nacional, nos sentíamos parte de ésta.
La marcha de la libertad
El 5 de febrero de 1968, se organizó la Marcha de la Libertad, por los presos políticos, que reunió a unos ochocientos estudiantes de toda la República para caminar desde Dolores Hidalgo hasta Morelia, siguiendo la ruta de la independencia. De la Universidad de Chihuahua asistimos Carlos Pallán, Carlos Sánchez Magaña, Gustavo de la Rosa, Estebané (un muchacho altísimo de Cuauhtémoc, flaco como carrizo) y yo. Caminamos un día completo y al siguiente, cerca de Valle de Santiago, Gto., donde habíamos pasado la noche con un frío de los mil demonios, nos alcanzó una larga fila de autobuses. Hicieron alto y se bajaron cientos de soldados, que nos rodearon y nos fueron empujando hasta formar un círculo. Discutimos largo sobre que hacer: o nos subíamos a los camiones como nos exigían o nos quedábamos en un sentón de protesta indefinido por la violación a nuestros derechos.
Los líderes de la juventud comunista, argumentaron que debíamos evitar un acto de violencia, (allí escuché por primera vez aquello de que "hay que tener el corazón caliente, pero la cabeza fría") y ganaron la reñida votación.
Abordamos los camiones, con custodios militares que nos repartieron por todo el país. "Donde cayó, cayó" decían los choferes. A la delegación de Derecho le tocó la ciudad de México, para nuestro gusto. Allí nos enteramos por la "información" de todos los periódicos, que el ejército había disuelto a una peligrosa columna de comunistas. Estuvimos en el DF hasta que se nos acabó el dinero y luego acudimos con el señor Ignacio Staines, (padre de Guillermo, compañero nuestro) secretario particular de Manuel Bernardo Aguirre, entonces presidente de la Gran Comisión del Congreso. Nos recibió el senador con el amable tono norteño: -"Pues que andan haciendo muchachos. Aquí Don Manuel, en un viaje de estudios. Que bueno que los jóvenes de mi tierra se dediquen a estudiar y no anden en algaradas". (creo que el término lo puso de moda Díaz Ordaz). Enterado que buscábamos como regresar a Chihuahua, ordenó que se nos entregaran sendos boletos para el tren.
Hicimos treinta horas de viaje en aquellas bancas de madera que tenían los vagones de segunda clase. La verdad es que sí estudiamos y aprendimos bastante. Regresamos cantando aquella tonada de los republicanos españoles: "El ejército del Ebro los fascistas combatió. ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!. Los señores de la mina, han comprado una romana, para pesar el dinero, que todita la semana le roban al pobre obrero. ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela! ¿Cuándo querrá Dios del cielo, que las tortillas se vuelvan?, ¡que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda! ¡Ay Carmela! ¡Ay Carmela!".
La delegación al Distrito Federal
En julio y agosto la Universidad de Chihuahua estaba de vacaciones. Sin embargo, se reunió la que se llamaba junta de presidentes, que agrupaba a los dirigentes de las sociedades de alumnos para discutir la postura que debía tomarse sobre la represión a los estudiantes en la ciudad de México.
En una de las reuniones estuvo presente Ana Ignacia Rodríguez, comisionada del CNH, después conocida como La Nacha. Se acordó nombrar una delegación para recibir información directa. Fue así como llegamos a la UNAM Manuel Siqueiros que era presidente de Contabilidad y yo que lo era de Derecho.
Estuvimos buscando y encontramos alojamiento en la Facultad de Medicina y comida en el bien provisto comedor de Ciencias, donde recuerdo que a toda hora podía uno llenarse de papas con huevo, así que nunca pasamos hambre.
Los de ciencias nos invitaron a la reunión del Consejo Nacional de Huelga y nos fuimos al Poli en un vocho que manejaba alocadamente un activista.
Recuerdo que Gilberto Guevara Niebla quien iba en el asiento de atrás se enojaba y le insistía: "Maestro, esto es cuestión de sistema, no te pases los altos, bájale". En la reunión del CNH tomó la palabra un profesor de rara piocha. "Así que éste es José Revueltas", pensé admirado. En Chihuahua había circulado una copia en mimeógrafo de su "Ensayo de un Proletariado sin Cabeza" y también su libro "México: Una democracia bárbara". Se acordó esa tarde convocar a la manifestación del 27 de agosto. Fue la mayor de todo el movimiento, tengo presente un extra de algún periódico que cabeceó: "Marcharon 200,000". Cuando regresamos a Chihuahua, un amigo me espetó: "Así que tú fuiste de los pendejos que se quedaron en el zócalo al final del mitin". Pues sí, muchos nos fuimos con la finta de exigir el diálogo público en ese momento. Cuando se abrieron las puertas del palacio nacional y salieron las tanquetas atropellando, corrimos despavoridos y ya ni recuerdo cómo llegamos de nuevo hasta el refugio de Medicina y Ciencias en Ciudad Universitaria.
El mural gigante
En la Universidad había varios expertos y expertas en armar murales, que aunque no lo eran, se llamaban periódicos. Cada vez que se realizaba una reunión para protestar contra algo o conmemorar algo, se tomaban los mismos acuerdos: "perifonear", imprimir volantes, "botear" y ...hacer murales. Se habían confeccionado unos magníficos todos los años anteriores a 1968: de apoyo a la guerrilla de Arturo Gámiz, contra la guerra de Vietnam, de apoyo a la Revolución Cubana, por la educación popular, por la constitución de la sociedad Rosa Luxemburgo (¿Te acuerdas de tu discurso, Irma Campos Madrigal?) entre las muchas causas y banderas de la época.
En septiembre de 1968, un malhablado dijo en la reunión del Comité de Huelga algo así como: "...ya estuvo suave de pinches muralitos muy bonitos y muy discutidos, vamos a hacer uno gigante y que cada quien escriba y dibuje lo que le dé su chingada gana". Otro le respondió: ¿Y vamos a tapar todas las ventanas de la escuela, pendejo?". El resultado fue que compramos dos rollos de papel que se extendieron en el largo pasillo de la Escuela de Derecho y un mural de unos setenta metros, de contenido heterogéneo y desigual que tapó todas las ventanas. Todo mundo se puso a dibujar y a escribir.
Estaban los textos y fotografías que pusieron los ilustrados, tomados del movimiento estudiantil francés, "La imaginación al poder, etc.", recuerdo una cita de El 18 Brumario de Carlos Marx, hasta las caricaturas grotescas y las puras mentadas de madre para Díaz Ordaz, para el ejército y para los granaderos.
Cuatro de Octubre.
Los gobernadores de Chihuahua toman posesión el 4 de octubre porque en esa fecha se instaló la primera diputación provincial en 1823. Ese día de 1968 asumió la gubernatura el licenciado Oscar Flores Sánchez en el gigantesco Cine Chihuahua que podía alojar a 3,000 espectadores. En la Plaza Hidalgo, contigua al recinto, los estudiantes teníamos un mitin en el que apesadumbrados, medio o mal informados, denunciábamos la masacre perpetrada por el ejército en Tlatelolco. Muchos campesinos de la CNC que iban al acto oficial nos escuchaban con curiosidad y recibían los volantes impresos en mimeógrafo. En el interior del cine, puestos de pié, los asistentes aplaudían frenéticamente cuando el nuevo gobernador demandaba la solidaridad y el respaldo incondicionales para el Presidente de la República y luego, previsivo, anunciaba que otorgaría la autonomía a la Universidad.
En la plaza, un orador se desgañitaba exigiendo que a Díaz Ordaz se le pusiera en el banquillo de los acusados como responsable de los asesinatos de los estudiantes. Poco después, ante el acoso de la policía, nos tuvimos que refugiar en el Paraninfo de la Universidad, cruzando la calle. Allí, en medio de los murales del duranguense Leandro Carreón, que retratan la historia nacional, nos sentíamos parte de ésta.
Tomado del Diario de Juárez del 28 de septiembre del 2008