Nolberto Acosta Varela
Alumno del doctorado en Ciencias Sociales de la UACJ
Para autores como Jon Elster las instituciones son los mecanismos que hacen que los individuos y los grupos sigan las reglas. Es decir se supone la existencia de un conjunto de reglas, que las instituciones tienen el compromiso de hacer que se cumplan. Hasta aquí todo parece muy bien, el verdadero problema comienza realmente cuando las reglas no son lo suficientemente claras o peor aún cuando los individuos que están encargados provisionalmente de administrar las instituciones para dar cumplimiento a las reglas, se ponen por encima de las mismas, es decir las vulneran, las violentan o simplemente como el Presidente Municipal en la película de “La Ley de Herodes”, hacen sus propias reglas.
Esta realidad de hacer funcionar las instituciones desligadas de la fidelidad a las reglas, sí que es una constante de nuestro Sistema Político Mexicano, por cierto no de hoy, tiene una larga data que se puede encontrar en anales de la vida institucional. Recordemos para botón de muestra todo el aporte que se dio durante la larga vida de predominio de la Ideología de la Revolución Mexicana, con un presidencialismo exacerbado que hacia las veces de los tres poderes políticos nacionales con las respectivas réplicas entre los ejecutivos estatales y municipales.
El verdadero problema en México sigue siendo que los valores que se construyeron durante el gobierno priísta aún no desaparece, es más no se observa ningún indicio de cambio con los gobiernos del PAN o del PRD, las alternancias políticas y la mencionada “transición democrática” tampoco dan indicios de un cambio en la cultura política de quienes están administrando las instituciones, sigue vigente un compromiso tácito con el personaje que llega a la cima de la institución, los funcionarios que están cerca de él o de ella según sea el caso se esmeran en hacer cumplir la voluntad del “príncipe” aunque se tenga que violentar lo que justifica la razón de ser de las instituciones, la norma.
Desafortunadamente sigue vigente el síndrome de la “hora o del dardo”, hay funcionarios que cuando su jefe les pregunta qué hora es, le contestan la que usted quiera o los que están prestos para cuando el jefe lanza un dardo, correr y dibujar un circulo alrededor para expresar inmediatamente, “que tino, dio exactamente en el centro”. Por supuesto que este tipo de actitudes no favorecen en nada la vida institucional, por el contrario me atrevería a decir que el daño que les hacen a las instituciones es de dimensiones catastróficas. Peor aún siendo participes de una violación sistemática de las reglas y simular que las cosas marchan perfectamente es síntoma de anomia.
Alumno del doctorado en Ciencias Sociales de la UACJ
Para autores como Jon Elster las instituciones son los mecanismos que hacen que los individuos y los grupos sigan las reglas. Es decir se supone la existencia de un conjunto de reglas, que las instituciones tienen el compromiso de hacer que se cumplan. Hasta aquí todo parece muy bien, el verdadero problema comienza realmente cuando las reglas no son lo suficientemente claras o peor aún cuando los individuos que están encargados provisionalmente de administrar las instituciones para dar cumplimiento a las reglas, se ponen por encima de las mismas, es decir las vulneran, las violentan o simplemente como el Presidente Municipal en la película de “La Ley de Herodes”, hacen sus propias reglas.
Esta realidad de hacer funcionar las instituciones desligadas de la fidelidad a las reglas, sí que es una constante de nuestro Sistema Político Mexicano, por cierto no de hoy, tiene una larga data que se puede encontrar en anales de la vida institucional. Recordemos para botón de muestra todo el aporte que se dio durante la larga vida de predominio de la Ideología de la Revolución Mexicana, con un presidencialismo exacerbado que hacia las veces de los tres poderes políticos nacionales con las respectivas réplicas entre los ejecutivos estatales y municipales.
El verdadero problema en México sigue siendo que los valores que se construyeron durante el gobierno priísta aún no desaparece, es más no se observa ningún indicio de cambio con los gobiernos del PAN o del PRD, las alternancias políticas y la mencionada “transición democrática” tampoco dan indicios de un cambio en la cultura política de quienes están administrando las instituciones, sigue vigente un compromiso tácito con el personaje que llega a la cima de la institución, los funcionarios que están cerca de él o de ella según sea el caso se esmeran en hacer cumplir la voluntad del “príncipe” aunque se tenga que violentar lo que justifica la razón de ser de las instituciones, la norma.
Desafortunadamente sigue vigente el síndrome de la “hora o del dardo”, hay funcionarios que cuando su jefe les pregunta qué hora es, le contestan la que usted quiera o los que están prestos para cuando el jefe lanza un dardo, correr y dibujar un circulo alrededor para expresar inmediatamente, “que tino, dio exactamente en el centro”. Por supuesto que este tipo de actitudes no favorecen en nada la vida institucional, por el contrario me atrevería a decir que el daño que les hacen a las instituciones es de dimensiones catastróficas. Peor aún siendo participes de una violación sistemática de las reglas y simular que las cosas marchan perfectamente es síntoma de anomia.